Hemos llegado a un término, donde la balanza comienza a desequilibrar el peso de la vida, donde por un lado se encuentra el equilibrio y por el otro la insensatez y la destrucción. El ser humano, lo vemos todos los días, lleva la bandera de la violencia y el sin sentido. No es capaz de digerir su responsabilidad ante la vida, ante la existencia de una Tierra que nos da cobijo, frutos, pero sin duda hasta un cierto límite. La evolución del ser humano ha llegado a un punto de desgaste, donde si no cambia el rumbo, se encontrará de frente con su propia maldad.
Los grandes simios desaparecen
Ante este drama humano que se junta con los cientos de miles de niños que mueren de hambre, de enfermedades, de millones de personas hambrientas en el mundo, en un caos y un drama humano en el que los países desarrollados -los que tienen- olvidan e ignoran a sus semejantes, borrándolos de la existencia y observando que la biodiversidad también se difumina en un paisaje oscuro y sin futuro para la humanidad.
No podemos avanzar en nuestros valores cuando permitimos las salvajadas que se están cometiendo en el mundo. No podemos progresar destruyendo el único techo que nos ampara y protege ante la vida. Estamos ciegos y avanzamos sin remedio ante un colapso de consecuencias imprevisibles.
Los grandes simios, entre otras especies, están desapareciendo. Nuestros hermanos evolutivos que tantos cientos de miles de años nos han acompañado en un camino paralelo al proceder de un mismo ancestro común con ellos, se nos van, desaparecen, se extinguen sin remedio ante la mirada despreocupada del homo sapiens que una vez más, elimina a los últimos homínidos no humanos que les queda como familia.
El orangután de las selvas de Indonesia y Malasia, se ahoga ante el avance imparable de la palma aceitera y la destrucción de las selvas. El gorila de montaña muere lentamente y sus poblaciones van disminuyendo por la presión de la deforestación y caza furtiva. El gorila de llanura levanta su mirada a los árboles en un último intento por subsistir. De los bonobos, de sus poblaciones antaño numerosas en el corazón de la Cuenca del Congo, no se sabe nada de ellos, posiblemente quedarán muy pocos. Los grupos de chimpancés disminuyen en todos los territorios donde habitan.
Son nuestros hermanos evolutivos los que nos dicen adiós en diez o quince años. Los más emprendedores en adaptación después de nosotros. Si ellos se van para siempre, nosotros les seguiremos. No nos damos cuenta que las selvas tropicales y los bosques primarios son esenciales para la subsistencia humana, para el clima mundial, para el sistema de vientos planetario. Su destrucción hará que recaiga en nosotros las consecuencias de nuestros actos multiplicado por mil.
Los grandes simios se van pero el hombre seguirá sus pasos. La Tierra no nos necesita para subsistir. Puede que la dañemos, que la ahoguemos, pero ninguna especie es imprescindible para que la Tierra viva y menos la especie humana, la más depredadora de todas. El ciclo de la vida puede repetirse y no es necesario que el hombre se encuentre en el vértice de la pirámide.
Evitar la vía muerta.
Pero el tren en el que estamos subidos y que avanza por este camino que venimos recorriendo como especie desde hace cientos de años, está apunto de chocar contra un muro de contención. Esta muralla es el equilibrio natural del ambiente global. Lamentablemente la velocidad a la que vamos avanzando es elevada y no respetamos las señales que nos avisa del peligro inminente. Hemos roto, agrietado, destruido parcialmente todos los sistemas lógicos de nuestra subsistencia. Nosotros mismos también estamos siendo perjudicados y pagaremos las consecuencias, tras romper el equilibrio necesario que lleva millones de años evolucionando de forma constante.
Este tren en el que estamos subidos, continúa por unas vías maltrechas y nos acercamos a un puente destruido. Debemos parar el convoy, nos falta pocos metros, pero debe de ser una decisión radical, un cambio del sistema social mundial. De lo contrario nos precipitaremos al abismo de las profundidades, sin posibilidad de rectificar. Ese puente fulminado por el acoso de la irresponsabilidad humana a la biodiversidad de nuestro planeta, tiene que ser reparado para conseguir llegar al otro extremo y rectificar nuestra implicación en los crímenes contra la vida en toda su amplitud.
Podríamos empezar a resolver en cuestión de meses cada uno de los problemas ambientales y sociales que hay en el mundo. En pocos años podríamos lograr que haya más bosques de los que nadie haya visto en las últimas generaciones. En menos tiempo aún, podríamos limpiar casi todos los ríos del planeta hasta poder beber agua de ellos. Terminar con el hambre y la sed, con cientos de enfermedades. Restaurar la biodiversidad de enormes regiones y reparar muchísimos de los daños ambientales que hemos cometido.
Pero para ello, también deberíamos utilizar menos energía, realizar una gigantesca reforma agraria mundial, no solo en lo referido a la propiedad de la tierra, sino fundamentalmente en cómo y para qué se la utiliza. Tendría que dejar de existir personas, empresas y países multimillonarios. Tendríamos que dejar de fabricar armas, reducir al mínimo los residuos y reutilizar y reciclar la mayor parte de lo que usamos. Dejar de producir artículos superfluos y producir solo lo que sea realmente necesario. En unas palabras, evitar la vía muerta que nos lleva al desastre.
El mundo tendría que dejar de “estar a la moda” y de tener “lo último en tecnología”. Tomar muchas decisiones en función del planeta y no ya de nuestras apetencias personales.
El desastre ambiental que hemos causado aún es reversible. Un mundo mejor es posible y contamos con las herramientas para lograrlo, solo nos separa de ello la decisión humana de hacerlo manteniendo la esperanza.
Mantener la vida en toda su plenitud.
La vida, en todas sus manifestaciones, tiene que ser protegida si queremos salvaguardar la evolución y el bienestar de todos los seres vivientes que habitamos la Tierra. Debemos caminar y compartir los ecosistemas naturales, la bodiversidad de nuestro planeta, porque son los salvoconductos que harán que las generaciones futuras puedan seguir avanzando en la inmensidad del universo.
Una hormiga o un gusano de tierra son indispensables para mantener nuestros suelos aireados. Sin ellos, nos enfrentaríamos agraves consecuencias. Las selvas son indispensables ya que mantienen los vientos planetarios. Sin ellas, los desajustes ocasionados como ya está ocurriendo, pasa duras facturas (calentamiento del mar, tifones, alteraciones del clima, altas temperaturas, bajas, deshielo del ártico….). Todo forma una cadena perfecta que puede mantener la globalización de la vida. Si unos de sus eslabones falla, se rompe, otros irán partiéndose y como un efecto dominó, el caos llegara a todos los rincones de nuestro mundo. No será de forma rápida, pero si lo suficiente como para que una misma generación se de cuenta de estos cambios de forma brusca y no como la evolución nos ha enseñado hasta ahora, con lentitud de cientos de años en los grandes cambios del clima natural.
Debemos de razonar, pensar no solo con el beneficio, sino con la razón y la dignidad, para que nuestro tren evolutivo pueda salvarse, para que nuestra nave Tierra siga navegando sin sobresaltos. No podemos permitir que nuestros semejantes mueran de hambre porque somos responsables de esas muertes ya que pueden evitarse. Miles de especies están apunto de desaparecer y otras han desaparecido ya. Nos encontramos ante la mayor extinción de vida que el hombre haya podido imaginar y sin embargo ha sido originada por el mismo hombre que solo en muchas ocasiones, sabe mirar su propio ombligo sin reparar el daño trágico que hace al conjunto de la sociedad.
De nosotros depende que sigamos evolucionando o terminemos cayendo desde el puente de la ignorancia al abismo de la nada.
PEDRO POZAS TERRADOS
vía: http://www.ecoticias.com/naturaleza/70404/tren-evolucion